Ladrón de mi cerebro: zombis, cine y literatura

Por Gabriel Forte*

El zombi en la literatura, al igual que en el cine, no empezó como un ser desesperado por la ingesta de cerebros jugosos y frescos, al contrario, eran muertos vivos sin alma, regresadas a la vida por magias ancestrales, traídas por los esclavos a las Américas. Uno de los primeros ejemplos es la novela casi biográfica “El zombi del gran Perú”, del francés Pierre-Corneille de Blessebois, alejada de la civilizada Europa y enclavada en Guadalupe, una colonia francesa. 

Lo mismo pasó en el cine, las primeras películas del genero zombi abordaron al muerto vivo desde la perspectiva vudú. Tanto “El zombi blanco”, de Víctor Halperín (1932), como “Yo caminé con un zombi”, del legendario Jacques Tourneur (1943), lo hacen desde esa perspectiva, esclavos sin alma, al servicio de su amo, más parecidos al Golem que a los muertos vivos icónicos que años más tarde llevaría al cine George Romero.

Con “La noche de los muertos vivos” (1968), Romero inaugura de alguna manera al zombi moderno, al que vemos hasta el hartazgo en películas, libros, series, videojuegos, historietas, remeras, vasos, tazas, platos y cualquier cosa que sirva para ser merchandising

Ese zombi, a diferencia del muerto vivo del vudú haitiano, se mueve en hordas hambrientas de carne y cerebros, un cuerpo casi colectivo e impersonal. Una masa sin conciencia, con el solo objetivo de alimentarse. Como pasó con los vampiros después de Drácula, con el monstruo de Frankenstein y el hombre lobo, el zombi pasó a ser uno más dentro del pináculo de la cultura pop. Pero a diferencia de sus célebres compañeros, este es un ser impersonal, da lo mismo su sexo, raza, edad, sólo basta con que sea un muerto vivo hambriento.

El zombi es una figura con la que no hay vueltas, no se negocia, es una fuerza de avance que sólo conoce su sed y su hambre. Su uso, en nuestra literatura contemporánea, es netamente político, una lectura de la represión y persecución política, la exclusión social y la alienación. 

Si los fantasmas son traumas del pasado que vuelven una y otra vez, el zombi es la otredad que se alimenta de los temores, angustias y ansiedades del presente. La carne para el no muerto es ese miedo social que afrontamos diariamente. Los zombis son también el miedo al empoderamiento de las masas populares. 

“Los muertos-vivos aparecen quebrando el pacto social, que debería pacificar a la sociedad, al ponerla en peligro, y contagiarla con su bestialidad caníbal. Funcionan como una presencia disruptiva, un cuerpo extraño que, en tanto diferencia no asimilada a la totalidad identitaria de la sociedad, debe ser expulsada al afuera como lo abyecto”, (Alicia Montes, El cuerpo otro y los monstruos. Imaginarios del miedo y la exclusión).

Cuando salió “La noche de los muertos vivos”, Estados Unidos estaba sumido en momento de gran convulsión social, a la guerra con Vietnam se le sumaron los asesinatos de Martín Luther King y Malcom X. Más allá de lo que el director explicó tiempo después, la muerte del único personaje negro de la película –después de haber sobrevivido a la horda de zombis de esa noche–, en manos de una patrulla de civiles con rifles, fue leída como un mensaje netamente político. 

Romero diría de su por entonces trilogía que eran películas “acerca de la revolución, en un sentido amplio: una sociedad nueva reemplazando y devorando a la anterior, en este caso, literalmente. La humanidad generando su propia destrucción”.

La primera secuela tuvo un blanco indiscutible: la sociedad de consumo. Los protagonistas de “El amanecer de los muertos” (1978) se atrincheran y batallan adentro de un shopping, y aunque el tono es más desesperanzando, se sumaba un sentido del humor salvaje.

En “El día de los muertos vivos” (1985) la acción se traslada a una base militar en plena era Reagan: la mira del guion apuntada hacia la locura de la carrera armamentista y el militarismo crecientemente fascista. La Guerra Fría en su máximo exponente. Si la primera de Romero nació en las revueltas por Vietnam, era lógico que la última en este periodo sea con el reaganismo de escenario.

Romero regresó a su franquicia después del 11-S: el mundo había cambiado y “Tierra de los muertos” (2005) se ajusta a ese cambio. Ya nos acostumbramos a los muertos, los mantenemos a raya, los asimilamos. Los ricos, cuándo no, capitalizan esta nueva normalidad, se encierran en torres de lujo y deciden quién entra y quién no. Ricos y poderosos por un lado y los desposeídos, los muertos vivos, por el otro. 

Dos años después, Romero lee que el mundo pasa por los medios y la hiperconectividad, y lanza “El diario de los muertos”, en la que la “democratización” de la información es el verdadero problema. 

Muerto vivos Nac & Pop

Lo mismo podemos decir de los muertos vivos Nac and Pop, nacidos después de la crisis del 2001. No es casual que la literatura los haya elegido para hablar de los excluidos, la represión y el descontento social hacía el poder de turno. Escenarios urbanos, de periferia, en donde, muchas veces, los zombis no son más que la resistencia a ese poder. 

“En la imagen de los muertos vivos se vuelven legibles los sentidos de la violencia simbólica y material que caracteriza la sociedad argentina contemporánea y sus crisis recurrentes. Los cuerpos zombis, en proceso de putrefacción y con una potencia devoradora que aterra a los seres humanos son la metonimia de la imposibilidad de construir una comunidad en la que la diferencia política o social no sea vivida según los códigos de la lógica de la guerra”, (Alicia Montes, Op. Cit.).

Siempre un precursor, Aira se metió en el género en 2006 con “La Cena”, y llevó a los zombis a Coronel Pringles, su ciudad natal. Unos años antes, Alberto Laiseca –un adelantado, siempre– experimentó con la zombificación vudú en algunos de sus relatos de realismo delirante como “Perdón por ser médico” («En sueños he llorado») o la novela “Sí, soy mala poeta, pero” (2006).

  • «Berazachussetts» (2007, Entropía), de Leandro Avalos Blacha, inaugura la parodia del género y plantea un escenario postapocalíptico en el que los monstruos son los humanos y los zombis llevan la bandera del cambio y la revolución.
  • “Vienen bajando” (2011), varios autores, es el primer compilado de cuentos con temática zombi. 
  • «Volveré y seré millones», (2013, Pirani Ed.), de Matías Pailos, es una novela de zombis peronistas, de prosa ágil y ligera, emplazada en la época en que murió el expresidente Néstor Kirchner.
  • «Ni yanquis ni marxistas: zombis peronistas», (2013), de Sebastián Pandolfelli, es un cuento, una materialización de la metáfora del muerto-vivo, de lo enterrado que emerge, bajo una lectura político humorística en la que, para vivir, los humanos niegan su pasado siniestro, que vuelve para interpelarlos.
  • “Sarmiento zombi”, (2013) de Michel Nieva, del libro “Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos”. Sarmiento es retornado a la vida por una secta que lo quiere volver a hacer presidente. 
  • “El sepulturero”, (2017) de Guillermo Bawden. Zombis en Córdoba. 
  • «Los que duermen en el polvo» (2017, Alfaguara), de Horacio Convertini. Una novela de «bichos» deshumanizados que no encarnan tanto al enemigo acérrimo de los vivos porque se parecen demasiado a ellos.
  • «Los muertos del Riachuelo» (2018, Interzona), de Hernán Domínguez Nimo. En la frontera de Buenos Aires, las aguas negras y aceitosas del Riachuelo esconden muertos. Cada muerto es una historia, una deuda, una injusticia impune. Una novela que horroriza y hacer reír a la vez.
  • “Ultra Tumba» (2020, Random House), de Leonardo Oyola. Una relación de amor entre dos mujeres en una cárcel donde estalla un motín, que deriva en una invasión zombi. Oyola mezcla el zombie a la Romero, con el misticismo religioso que devuelve a la vida a las internas muertas. 

  • «El viento de la pampa los vio» (2021, Baltasara), de Juan Pisano. Una familia que se va de vacaciones del sur es sorprendida por una peste que se transforma en una invasión zombi.
  • “Cada día canta mejor” (2022, Factotum), de Luis Mey. Un escritor, Luis Mey, recibe cierta información sobre una invasión de zombis en la Buenos Aires del 30’. Eureka, lindo tema para un libro, piensa y se embarca en la aventura de indagar sobre lo sucedido. Cultos secretos, guardianes de tumbas y… Gardel zombi.

 


*Gabriel Forte:

Trabajador de prensa en retirada. Lector constante y escritor a cuenta gotas. Cuando sea chico, quiero ser astronauta. De grande soñaba que trabajaba tecleando en viejas Olivettis. Lean a discreción.

Instagram y Twitter: @gaboforte