Actualidad de la gauchesca, las payadas de don Retes

Este texto es una ponencia presentada en “Memorias, saberes e identidades”, Encuentros virtuales 2020, Cátedra de Patrimonio Cultural Intangible en Latinoamérica, UNLP. Por Gladys Lopreto, La Plata.

Gladys Lopreto es docente e investigadora en distintas áreas de las ciencias del lenguaje en los niveles universitario, terciario y secundario. Ha dirigido proyectos de investigación y extensión sobre la problemática educativa en situación de diversidad cultural y lingüística entre 2003 y 2009. Su último libro es «Hablas en el aula. La diversidad lingüística en la institución escolar» (2019).

Vigencia de la gauchesca

Manuel Retes, Payando por la Historia

Considerando la lengua como parte del Patrimonio Cultural Inmaterial y, ante la tendencia al Español Internacional asumida por la RAE e instituciones implicadas, reconocemos la importancia de las variedades lingüísticas como patrimonio identitario de culturas comunitarias. En trabajos anteriores estudiamos la presencia de variedades en el espacio escolar. Para esta ocasión nos interesa la vigencia de una ‘variedad rural rioplatense´, como prefiere llamarla Moure (1), conocida comúnmente como lengua gauchesca, de lo que da cuenta la producción del textos como Payando por la historia de Manuel Retes (argentino, 1941-2019), con 2 ediciones en vida del autor.

Una lengua existe cuando existen usuarios de esa lengua, es decir, cuando tiene hablantes que la sienten su lengua para comunicar. Decía Borges en 1967 que “la lengua no es, como el diccionario nos sugiere, un invento de académicos y filólogos. Antes bien, ha sido desarrollada a través del tiempo, a través de mucho tiempo, por campesinos, pescadores, cazadores y caballeros. No surge de las bibliotecas, sino de los campos, del mar, de los ríos, de la noche, del alba”(2).

Esas palabras nos llevan a valorar el lenguaje popular, que para Paulo Freire (3) tiene “una gramática que no ha sido escrita y una belleza no reconocida”. Una mirada similar mueve a muchos lingüistas a ‘explicar’ casos, aparentemente anómalos, no siempre aceptados por la normativa. Para esos casos dice Freire que los docentes “deben ayudar (a los hablantes) a creer en su propia lengua, a no sentir vergüenza de su lenguaje, sino a descubrir la belleza de sus propias palabras”. Algo similar me dijo Manuel Retes cuando lo conocí, hace más de diez años. Yo entonces ya estaba interesada en esas creaciones del habla comunitaria que, a nivel aula, traían los chicos, y que constituyeron entonces el tema de mi participación en las primeras jornadas sobre patrimonio cultural inmaterial.

Siento necesario decir algo sobre quién fue Manuel Retes. Nacido en Balcarce, gran viajero, recibido de médico pediatra en La Plata y entrañablemente unido a la ciudad de Junín, donde ejerció su profesión, él mismo nos lo dice en apretada sextina:

Yo tuve varios oficios
pero todos bien camperos,
fui pistín y fui resero,
peón por tanto, alambrador,
supe andar de domador
y ahora soy curandero.

A ello le agregamos, en lo que hace a este encuentro, una importante formación humanística de la que da cuenta el poema, pareja a un amor a nuestras raíces, nuestra cultura, comprendida en ella la lengua y la literatura, que lo distinguió por un afinado uso del lenguaje en distintos registros: oral y escrito, estándar, español peninsular antiguo, lunfardo, gauchesco. Porque si de vocación confesa fue médico, su otra vocación no tan oculta fue la literatura, que ejercía no solo por una necesidad expresiva sino también muchas veces creativa, lúdica. Fue también un gran lector, conocedor además de otras lenguas y otros paisajes y estudioso de las ciencias. Todo esto importa porque desarrolló en él una amplitud de criterio que le permitió reconocer el valor de la cultura y el lenguaje popular.

En el libro manifiesta no solo aprecio por ese lenguaje sino por un modo de vida, que incluye amor al paisaje de la llanura bonaerense y valoración de las habilidades y conocimientos de su gente, incluida allí la expresión verbal, que conoció por la práctica, por compartir diálogos con gente de campo y ciudad de distintos niveles y también por un conocimiento metalingüístico, un estudio del código en sí mismo.
El libro consiste en un largo poema en lengua gauchesca que relata un ‘viaje’ hacia nuestras raíces, escrito en sextinas octosilábicas con rima 0AABBA -tributo declarado al Martín Fierro-, en el que se da vida a personajes históricos de la cultura universal. En algunos casos se produce el encuentro y diálogo con los mismos, lo que genera payadas y contrapuntos, en otros se los menciona con alusiones a la obra. Los tiempos referidos van de Homero (8 a.C.) al siglo XX (Darwin, Planck) pero la marcha concretamente cubre un recorrido que va del siglo IV a.C., con Sócrates, hasta el siglo XVI en España, con Cervantes, quien todavía no había escrito el Quijote.

Por el lenguaje y el tratamiento entre los protagonistas y por la métrica es para nosotros sin duda un poema gauchesco. Lo es también por el tema, ya que propone situaciones propias del género. En efecto, el hilo conductor del relato es la marcha a caballo de dos paisanos en la que se generan diálogos, encuentros y situaciones de payada -esa especie de desafío conceptual rimado- tanto sobre temas propios de una cultura ecuestre, que estimaba en mucho, como de un orden más abstracto, común entre payadores: esto es, la reflexión filosófica, los conocimientos, la naturaleza, además de digresiones sobre ciertos rasgos de conducta pensados como propios del gaucho, tales como su actitud digna, reflexiva, sentenciosa (que no impide la cuota de humor), la valoración de la amistad, la protesta ante la injusticia.
Pero todo ese contenido viene engarzado en un relato que desorienta a algunos cultores del género, pues se trata de una marcha a través del tiempo en que los personajes parten del año 2000 hacia atrás, hacia los orígenes. El autor lo justifica mencionando a Wells y a su predecesor, Dante, como antecedentes: si lo hicieron ellos, por qué no unos gauchos del siglo XXI, en un viaje también de a dos en que la ‘máquina del tiempo’ serían los caballos, sin duda muchas veces partícipes decisivos de la historia.

Así crea una trama que sigue un orden cronológico y espacial no del todo riguroso. La existencia de otros poemas sueltos del autor, dentro de la temática y también en lenguaje gauchesco, confirman que el libro nace de la selección y reunión de poemas que fue haciendo paralelamente a su trabajo de médico, sobre temas de filosofía, biología, historia, literatura, nacidos de una vocación por el estudio, la lectura y la escritura, que vivió desde muy temprano en su propia historia y que lo acompañó siempre, a la par de su definición por la profesión, manifestada en algunas notas periodísticas, y por una vida activa y comprometida con la realidad.

Ahora bien: la historia que nos relata sigue una línea particular, trazada por el autor, donde los hitos no son batallas sino hechos de la cultura producidos por filósofos, artistas, científicos. Pero los personajes no aparecen a través de la mirada ingenua de un gaucho sino que ellos mismos son gauchos: así los llama el autor y los hace actuar como tales, interpretando datos históricos en situaciones donde cada uno expone sus conocimientos, realiza sus obras artísticas, etc. Entiendo que esta homologación de Aristóteles, Miguel Ángel o Darwin y los demás a un tipo social propio de nuestra cultura del siglo XIX, sin volverse una norma rígida, dice en sí mismo de la valoración de unos y de otros y, sin duda, borra la línea que separa civilización y barbarie.

No hablamos de la cultura en abstracto sino de la que según ciertos paradigmas, aceptados hasta hace poco, llega al presente -esto es, la línea que arranca de los griegos, los latinos, lo europeo, luego hispano e hispanoamericano- con una temática cuyo tratamiento no es en sí mismo ajeno a la gauchesca; por el contrario, uno de los tópicos frecuentados en la payada y el contrapunto son los ‘saberes’, donde se retan los contrincantes. De ahí que, si bien no hay antecedentes, el relato no resulte extraño al género. Así tal vez lo pensó el autor, ya que para otros temas -el amor, la empatía social, los recuerdos personales- prefería el español estándar u otras variedades y otras fórmulas poéticas como el soneto, el romance, incluso el verso libre.

Los distintos momentos de la cultura aparecen engarzados en un relato central que da estructura al libro, consistente en que dos gauchos amigos, bien montados, cuyos nombres no conocemos ni tampoco los de los caballos, deciden hacer una marcha:

¿No le parece, compadre,
que ya es hora de pensar
en largarnos a viajar
pa’ buscar otros halagos
y hacernos perdiz del pago
que aquí, vivir… es durar?

Aunque a renglón seguido aclara que se trata, de pasiar en la Historia por el tiempo (es decir, de un halago intelectual), habla allí el gaucho libre, cerril. Y si bien el contenido del texto se refiere muchas veces a cuestiones ajenas a la gauchesca, nunca tratadas dentro del género, esto de la marcha a caballo de dos gauchos amigos que dialogan en la variedad que los identifica (es decir, tema y lenguaje) nos permite incluirlo en el género gauchesco.

Tal vez por el pasado del gaucho, las marchas son un tema recurrente, aunque no obligado, del mismo. Chano y Contreras marchan a la capital para las fiestas patrias, Fierro y Cruz marchan a tierra de indios, Don Segundo y el reserito otro tanto. No se reduce a lo literario: el historiador Rodríguez Molas (4) nos informa que los gauchos -cuyo origen vincula a la conquista española y a los numerosos mestizos nacidos en América- constituían, junto a indios y negros, una clase social despojada, analfabeta, sin tierras, sin bienes, con oficio de peones para tareas ganaderas, en las cuales afirma que eran tratados como esclavos. Por esa razón, sumada al conocimiento de la naturaleza y al desarrollo de la gran habilidad como jinetes que su mismo trabajo les exigía, muchos jóvenes huían de una organización social clasista y explotadora. Se intentaba por eso mismo controlarlos a través de leyes, acusados de ‘vagos y mal entretenidos’, lo que justificaba las ‘levas’ o que fuesen entropiyados en el ejército, pero esa misma condición despojada los capacitaba en saberes y los hacía valientes y libres (a tal punto que fueron admirados por Darwin y otros visitantes europeos del siglo XIX). Es probable que en esas huidas esté el germen de las marchas -siempre a caballo, animal protagónico en la vida del gaucho- a veces en soledad pero muchas veces en compañía de un amigo. Aunque, en su sentido profundo, podemos decir que la marcha no es un tópico exclusivo de la gauchesca: se corresponde con las ‘salidas’ de las novelas de caballería, los peregrinajes, los viajes a lo desconocido que implican búsquedas, desafíos, aprendizajes, rupturas.

Ahora bien, aunque más tarde se conserve solo como un episodio atractivo, lo interesante en nuestro caso es que a veces la marcha trasciende lo literario, de ahí que tenemos cultores de la gauchesca que en cierto momento de sus vidas la llevaron a la práctica. Casi siempre se trató de marcheros varones, aunque también las hubo mujeres: la información la encontramos en C. R. Risso, quien en uno de sus blogger (5) dedicados a la poesía gauchesca da cuenta de marchas que fueron noticia periodística.

Seguramente hubo otras que no cobraron semejante notoriedad, como ocurrió en el caso del autor de nuestro poema, quien realizó una marcha similar por el NO de la provincia de Buenos Aires en compañía de un amigo, en la década de los 90, cuando eran dos paisanos cincuentones, tal como se dice no casualmente en el texto. Y Manuel Retes recordaba este hecho con placer porque, como también lo dice allí, cada vez que llegaban a un lugar eran bien recibidos: hay saludos, agasajos, / bailongos y guitarreada.

En el caso del poema se trata de una marcha de dos gauchos por el tiempo, por la historia: no la Historia Universal sino más propiamente lo que se interpretó como ‘nuestro pasado’, que ponía los orígenes en el mundo grecolatino, luego lo europeo, lo español, y también el elemento indígena, presente en el mestizo. Porque somos Argentina, somos Hispanoamérica, hablamos español, esto es, ‘la lengua’, que como sabemos fue impuesta pero también fue heredada, la misma que hasta antes de la pandemia era 2da. en el ranking mundial en cantidad de hablantes, lo que no la hace ni mejor ni peor que lenguas minoritarias pero sí justifica la gran cantidad de variedades que encontramos en ella. Ya Juan de Valdés, en su Diálogo de 1535 decía que en España cada provincia tiene sus vocablos propios y sus maneras de decir, característica que pasó a América. A eso debemos agregar algo que se negaba o se omitía hasta los ’90, actitud que puede rastrearse incluso hoy: la presencia viva en el español de América de lenguas indígenas: quechua, guaraní, nahua, mapuche. Esto fue demostrado y defendido por unos pocos: el español Germán de Granda, nuestro cordobés Ricardo Nardi, el porteño Carlos Martínez Sarasola, entre otros, y también lo reconoce Manuel Retes en carta a un amigo, en 2003: «Los primeros colonizadores, en gran parte de origen andaluz traían, además de su “argot”, su germanía y la vihuela (…). El mestizaje enriqueció aún más la lengua que fueron aprendiendo los niños criollos y mestizos a partir del habla materna».

A partir de allí y si tomamos en cuenta las distintas poblaciones, constituidas posteriormente en destino de diferentes corrientes migratorias, luego el mayor o menor alejamiento de los centros urbanos, sumado a distintos niveles de escolarización y a los rasgos de creatividad y productividad propios de lenguas y hablantes, nos aproximaremos a entender el porqué de las diferencias dentro de lo que llamamos ‘nuestra lengua’.

Siempre las lenguas albergan diferencias, de ahí la coexistencia de distintos sistemas que en principio se llamaron “dialectos”, palabra que hoy prefiere sustituirse por el término “variedades”. De modo que podemos decir con el académico López Morales (6) que La Lengua ‘es un concepto teórico, abstracto, un sistema virtual no realizable’, y que lo que realmente existe son variedades y variaciones, relacionadas con lo cultural y con diferentes situaciones comunicativas (Lavandera, Martínez) (7) (8). Ahí ubicamos la variedad rural rioplatense (Moure), en la que surgió una poesía gaucha genuina al decir de Manuel Retes, de registro oral, y más tarde la literatura gauchesca que conocemos hoy, escrita luego por ‘letrados’, donde se ubican él y su libro: «Así nació el “Martín Fierro”, obra magna de Hernández, el “Fausto” y el “Santos Vega” entre los más representativos y así también, en un nivel muy inferior, nació “Payando por la Historia”, como homenaje al hombre con cuya sangre, bien o mal, se fue haciendo mi país, Argentina».

La variedad gaucha o gauchesca presenta elementos en común con variedades rurales del español de América pero tiene algo que la hace única: el Martín Fierro (1872), conocido universalmente. Claro que este poema surge dentro de una literatura que ya existía y que se dio en la llanura bonaerense y/o rioplatense. Y aunque el género abarca distinto tipo de realizaciones, el poema de José Hernández está escrito en el ‘formato’ que más lo caracteriza: en lengua gauchesca, en estrofas de octosílabos de métrica regular. Según E. Lois (9) en su edición crítica del poema, J. Hernández eligió la variedad gauchesca no por pintoresquismo sino porque era entonces el lenguaje de su destinatario, el habitante de nuestros campos, en situación de subalterno o despojado, y por ello la herramienta más adecuada para llegar a él. Por todo ello, si bien el tipo social del gaucho fue común a toda Hispanoamérica, lo que llamamos lengua gauchesca y literatura gauchesca se considera patrimonio de la zona rioplatense.

La variedad sigue vigente en los cultores de este tipo de literatura, muchos de los cuales, más allá de considerarlo recreación de usos decimonónicos, afirman su continuidad en el presente. Uno de los que así pensaba, sin negar los cambios imparables debidos al uso y el tiempo, fue Manuel Retes, quien abogaba por el estudio del lenguaje ‘verdadero’ correspondiente a nuestra cultura.
Esa pertenencia la da la historia, de ahí que el poema es un tributo a nuestros orígenes, cultura y lengua, que concilia el pasado trágico y el presente, hecho con conocimiento, con amor y con humor. El autor, por todo lo que sabemos de él, amó la medicina pero también la reflexión vital, las tradiciones literarias, la cultura humanista –adquirida sobre todo en la familia y en la formación escolar-, así como también se definió por la vida, la justicia, la solidaridad, la amistad. Todo eso está en el libro. Tuvo también desde niño, según recordaba, vocación de poeta y de escritor. Gran defensor de la educación pública y del maestro, fue también un maestro.

Fue además gran lector y estudioso, fanático del conocimiento, que todo lo que estudiaba lo asentaba en apuntes, cuadros, síntesis, desafíos críticos. Incluso a menudo convertía sus apuntes en poemas y también en textos de humor, que escribía en sus cuadernos o al margen del texto leído. Vayamos ahora a su libro.

Payando por la historia

Haremos un recorrido por el poema que, si bien sigue un modelo tradicional, lo sentimos no limitado por este rasgo y, para los que lo conocimos, deja ver al hombre.
El libro se abre con una advertencia del autor en décimas donde minimiza su pulsión intelectual y de escritor, aclarando que no escribe sobre ciencia sino sobre pareceres y que lo mueve un fin de diversión y pasatiempo. Ahí manifiesta su elección por el verso rimado, recurso característico del género, en una estrofa que solía repetir: jamás debe ser violada / la rima… Y acorde a que el tiempo es una ficción, ‘publica’ dos cartas que le dirigieron al autor nada menos que Don Quijote y Martín Fierro, sus dos mentores, quienes le advierten metafóricamente sobre los peligros de la existencia de vizcacheras y de gigantes disfrazados de molinos.

A partir de allí, el relato en sí mismo comienza con el encuentro de los personajes, dos paisanos que a sí mismo se definen como payadores. Son quienes relatan y dialogan durante toda la obra, salvo en momentos en que hablan los personajes históricos o aparece un relator externo. Van al tranco manso y sereno / de unos fletes superiores, con los cuales y a pesar de pertenecer a distintas especies animales, no temen compararse, ya que son: dispuestos y marchadores / ¡como nosotros, hermano! Así es como al atardecer, momento que da lugar a una pincelada nostalgiosa, la decisión de marchar se concreta en la frase: ¡Ahura es cuándo, que embromar!, frase que condice con la actitud decidida, valiente, atribuida al gaucho.

La marcha por la historia se planifica con una frecuencia de cien años por semana, asimilando el marchar con el versear. Y deciden empezar por la casa de un amigo muy sabio que quedaba por el siglo IV a.c.: Aristóteles, en Grecia. No es al azar la elección, viene del reconocimiento de que en sus pagos son los hombres / todos gauchos ilustraos. Aquí ya aplica el título de gauchos a los personajes históricos que valora, con lo que nos dice algo: el aprecio que tenía por ese tipo humano y, a la vez, la equiparación de aquellos grandes de la antigüedad con estos hombres de nuestra tierra. Valga como ejemplo: “Don Platón, / hombre capaz si lo hubo, / criollazo viejo y peludo, / filósofo y escritor, / un gaucho de lo mejor, / créame, se lo aseguro”. Vemos además allí, como en todo el poema, el estilo apelativo, conversacional, típico de la gauchesca.

La referencia al caballo también es constante: El caballo es lo primero / cuando se anda viajando / y habrá que dirlo cuidando / más mejor que el propio cuero / porque de no, compañero, / a pata se irá quedando, a lo que siguen detalles de ‘expertez’ en el tema y consejos precisos.

También aparece el tema de la amistad, de lo que sabía mucho el autor en vida: que la güeya es más liviana / charlando con un hermano.

El esquema de la payada le viene bien a la mayéutica socrática, sobre temas de filosofía: el conocimiento, los conceptos de verdad, la vida, la muerte, el mal y el bien, que tienen lugar entre Platón y Aristóteles. La discusión de los dos filósofos y sus discípulos enfrenta Idealismo y Realismo y cobra dimensiones nuevas desde el ahora de los marcheros, que advierten: ¡la humanidá está escuchando! En ese entrevero, dándole en la matadura / a la ‘cencia’ de Platón, da a entender el autor su elección por el concepto de ciencia aristotélico. De todos modos la discusión termina en duelo criollo (la topada) al que pone fin Sócrates amonestando a los peleadores: pa’ qué cuernos, digo yo, / puede servir una cencia / que no tiene la decencia / de promover el amor.

De Sócrates resalta su sabiduría y su valentía ante la muerte: ¡Viera qué criollo, amigazo, / qué valor para morir! Siguen a Alejandría, donde habería un entrevero / que por nada perderían con Arquímedes, Euclides y otros sobre matemática, materia que, como siempre, causa cierto temor, ante lo cual uno alienta al otro apelando a la ‘hombría’ en ese tema escolar: -No se me arrugue, aparcero / ni se achique ante el obligo, / que los hombres decididos / echan siempre pa’ delante / sin dejar que los espanten / ni los muertos ni los vivos.

Tal vez esa misma actitud es la que anima al autor a asumir el género gauchesco para andar por zonas nunca antes transitadas por el mismo, como la ciencia y la historia. Y así aparecen otros personajes en el relato, con admiración o con alguna transliteración humorística: el gran Homero, Hipócrates, Prometeo y su castigo: cada día aves rapaces lo chimangueaban. Más adelante Galileo, tenido por un gringo mal arriao, luego Niuton y el más admirado, como hombre y como científico, por el autor: Dargüin: ese gaucho demostró… que manda la Evolución, con interpretaciones jocosas: los dinosaurios ¡murieron de repentina!, así como de un mono jetón / proviene la raza humana.

Todos, incluso Espartaco y hasta el mismo Cristo, son gauchos, en una especie de transliteración cultural: a las guerras las llama malones, las armas son facones. En la Edad Media ubica los gauchos andantes. Los presenta como paisanos arrogantes, más malos que la gran siete… en la época de los señores feudales, cada uno en su estancia privada, con la pionada. Dice sobre las Cruzadas: con qué fe y ferocidad / esos hombres se achuraron, a lo que sigue la Peste Negra, la matanza de los supuestos culpables (gatos y judíos), intolerancia religiosa, época de hambrunas, de pobreza, peregrinos: Somos siervos de la gleba / no hay otra cosa más pior, / ya no nos queda sudor, / solo algo de esperanza / pero no llena la panza / el pan con gusto a dolor.

Pasan al Renacimiento con los Medici, luego Dante y su viaje al infierno guiado por Virgilio, que compara con Wells y la máquina del tiempo. Esto los lleva a justificarse a sí mismos: a decir la verdá / hay muchos desorejaos / que agarran pa’ cualquier lao / con la escusa de viajar.

Siguen Romeo y Julieta noviando a las escuendidas…, como lo contó don Chéspir, inglés y payador. Recuerdan luego a científicos como Kepler y Copérnico y llegan a la posada “El Príncipe” de Maquiavelo, quien se queja porque lo dejaron cesante, a lo que los paisanos le aconsejan la denuncia ante el gremio (pero ya entonces los gremialistas estaban entongados: como en el 2000, dirá el gaucho).
Siguen encuentros con Rafael, Miguel Ángel (mal vestido y de mal carácter, le aconsejan que no trabaje tanto porque lo iban a contratar de ‘media chuchara’), luego Leonardo, de buena figura, a quien describe vestido a lo gaucho de lujo. Hablan del significado del Renacimiento: Nada nace enderrepente…/ Nunca está, pa’ que lo sepan / la Historia con la manea, de ahí la necesidad de actuar y participar:

Pa’ eso jue necesario
criticar las tradiciones,
afirmar bien los talones,
apoyarnos en los clásicos,
rescatar saberes básicos
y gambetiar religiones…

Hay referencias a los inventos de Leonardo y ‘la última cena’, la Inquisición, las bulas, los negociados, que lo llevan a decir: a veces dudo si el Diablo / puede ser tan mal arriao. Luego se marchan para España, pal lao del Siglo de Oro, identificando la verseada con el andar: ansí, charlando los dos / pidiendo a la vida cancha, / galopiaban a sus anchas / y en menos de una versiada / los pingos asujetaban / en los pagos de La Mancha.

El encuentro con Don Quijote, quien tenía una chacrita que descuidaba bastante, se produce de noche. La admiración por el personaje es manifiesta: Jue galante y comedido / paladín de la esperanza… / palenque del ideal… Justifica su ‘locura’:

Aunque pa’ todos fue un loco
se los echó por delante
a sotretas y maleantes,
alvirtiendo a sus amigos
que detrás de los molinos
se escuendían los gigantes.

Ese encuentro, como tiene que ser, es amenazante ante la posibilidad de que los paisanos no reconozcan a su amada como la más bella pero aparece Cervantes y frena al personaje todavía no creado: Tate, tate, Don Quijote, / esperadme en las prisiones…

Como se ve, el diálogo es en gauchesco y en castellano antiguo. D.Q. desaparece, llega el día y los dos amigos hablan de la necesidad de que haya quijotes, esto es, ideales, utopías: Suebran miserias, pobreza, / los sotretas y atrevidos, / son pocos los comedidos / que corajudos se planten / y andan todos los gigantes / disfrazados de molinos.

Cervantes, quien reconoce que todos los tiempos son iguales, los invita a mantener los ideales a pesar de lo aparentemente absurdo, ya que, si el mal continúa aún en los tiempos de razón, entonces se pregunta: ¿por qué no aceptar la locura?

Los payadores son invitados a un desafío a puro soneto con Lope de Vega, ante lo cual se asustan, huyen a rienda suelta y desaparecen. Así termina el relato de la marcha de los dos paisanos, que cierra un Epílogo, en décimas y español estándar, donde aparece por segunda vez un misterioso monje benedictino que encuentra las hojas donde está escrito el relato y, en una especie de rito de purificación, pide perdón y las quema.

El libro se cierra con una Conclusión del propio autor en la que expresa que todo esto jue una opinión sobre la historia de la humanidad, la cual muestra que, en cualquier entrevero / donde hubo seres humanos / pronto largaron la mano / pal facón y el naranjero. De poco sirvió el conocimiento pa’ que sean más precavidos / los hombres con sus deseos. Y aunque el paisano es consciente de que la historia la escriben a su manera y de que en el 2000 la humanidad no es mejor, la conclusión es que somos como burros de noria, / no juimos aprendiendo / casi nada de la historia, por lo que manifiesta la incertidumbre sobre cuál va a ser el final de este cuento en ande somos atores…

Pero, pese a la mirada escéptica, toma la frase que hizo célebre Julio Secundino Cabezas, famoso animador de muchas jineteadas, para expresar su fe:

A pesar de todo eso,
“¡Al hombre voy!” es mi grito…

Para lo cual concluye con la necesidad de respetar los derechos humanos, dicho en un modo bien paisano:

De no ser ansí, compadre,
cantaremos pal carnero
y derecho al matadero
iremos todos marchando
si nos seguimos pasando
las cuentas como el pulpero.

La variedad gauchesca

Hemos hablado de Payando por la historia de Manuel Retes, publicado en este siglo, como un ejemplo más de la vigencia de la variedad gauchesca o variedad rural rioplatense, con la aclaración de que el concepto de variedad implica el reconocimiento de límites difusos para la misma, difíciles de definir y describir, como señala Moure. Esta condición no solo tiene que ver con lo geográfico, como podría pensarse, sino también con la situación comunicativa: así en el poema el gaucho Jesús dice: Dejad que los niños vengan a mí pero en otra parte se deschava con un ¡Juiiira, sepulcros blanquiaos!
Siendo en principio lengua oral, con algunos rasgos comunes a la pronunciación de la lengua estándar (reducción de grupos consonánticos, debilitamiento o elisión de –s final, apertura o cerramiento de vocales, etc.), escribirla obliga al desafío de registrar por escrito esos cambios. De ahí que Moure defina su paso a la escritura como ‘un constructo artificial de la literatura gauchesca’:

la denominada «lengua gauchesca» surgió como un producto artificial gestado por hablantes de la variedad autónoma (estándar y culta), que fue volcado en el canal escrito de esta última. Ese sistema tomó efectivamente sus elementos del habla real de los habitantes de un vasto territorio de llanura de límites difusos, […] resultó de un recorte consciente y selectivo de los rasgos lingüísticos -fonéticos, morfológicos, sintácticos y léxicos- que en la percepción de los autores del género poseían un mayor poder caracterizador de la lengua de los personajes que se proponían reflejar.

El mismo Moure reconoce que la variedad no ha sido sistematizada, carencia en lo que inciden, en su opinión, el peso del valor identitario de la misma y su uso en muy diferentes formatos, a lo que agregamos otra causa: su continuidad en el tiempo.

Como rasgos peculiares, nuestro texto presenta modificaciones ortográficas relacionadas con cambios de pronunciación, con elisión o agregado de vocales o consonantes: jué, alvertencia, ahugao, asegún, cáiba, güenos, trompezando, viá peliar. También cambios morfológicos: conocencia, entretención, recordación, interrogancia.

Y ya que Moure destaca la importancia del léxico como indicador de género literario, valgan los siguientes ejemplos tomados del poema, algunos claramente coloquiales: bolazos, camorriaba, clinas, entripao, encularse, garguero, julero, planazo, la chancha.

Dentro del léxico cobran importancia las frases: ¡ahura es cuando!, a lo potro, ¡bien haiga!, de no, un casual, darle en la matadura, hacerse perdiz, erró el viscachazo, los más piores, ¡no sea bagual!, saltar de la maroma, se alzaron a lo toruno, ¡viera visto! Algunas son alusivas, socarronas: cebará Don Lavate, qué maleta.

Las hay más complicadas: de volcao y sobre el lomo / largó el pial y echó verija, es sabido ¡cómo no!, viá tener que despenarlo, entre dos no digo a un pampa / ¡a una falange, aparcero! (tomada de M. Fierro), pa empiorar el asunto / no viene que se enteró, ¡no, si no, no vaya a crer! (frase que usaba a menudo el autor, afirmando su vigencia, y que es título de un capítulo de su libro.)

El tratamiento es siempre ‘de respeto’: los personajes se tratan de usté, no hay tú ni vos; la presentación es siempre protocolar, con modismos de cortesía: payadores, pa servirlo / en lo que guste mandar. El estilo es conversacional, se dirige a un interlocutor aunque en ese momento no esté, usando como apelativos: usté, hermano, cuñao, paisano, compadre. Luego todos son dones: don Ari, don Parménides, don Edipo, y si no conoce el nombre: don este hombre. Como vimos todos son gauchos: hasta hay un gaucho de la realeza / que trabaja como Papa. El epíteto a veces se remplaza por criollo, criollazo.

Los ejemplos están tomados del texto y se pueden encontrar además en otras obras del género, pero también –según autores contemporáneos de la gauchesca- es posible escucharlos en el habla coloquial vigente, ya sea como formas ‘marcadas’, con valor enunciativo, o como propias de la variedad oral de la zona. En ese caso el origen, la creación, puede corresponder al habla común, o puede tratarse de la apropiación que hace, el hablante común, del léxico literario y, aunque por el momento esto se hace evidente solo en algunos ítems léxicos aislados, su posibilidad habla del dinamismo del lenguaje.

Gladys Lopreto


Notas
1. Moure, José Luis 2010: “La lengua gauchesca en sus orígenes”. Olivar, 11 (14): 33-47.
2. Borges 2001: Arte poética. Seis conferencias (Harvard, 1967). Ed. Crítica, Barcelona. (101)
3. Freire 2014: Miedo y osadía, Buenos Aires, Siglo XXI, 117-118.
4. Rodríguez Molas 1982: Historia social del gaucho, Buenos Aires, CEAL
5. http://carlosraulrisso-escritor.blogspot.com
6. López Morales 1993: Sociolingüística, Madrid, Gredos
7. Lavandera 1984: Variación y significado, Buenos Aires, Hachette
8. Martínez 2009: El entramado de los lenguajes. Buenos Aires, La Crujía.
9. Lois 2002-2003: “Cómo se escribió el Martín Fierro” http://www.orbistertius.unlp.edu.ar


Artículo original en formato PDF BAJAR AQUÍ

Créditos imagen de portada: ilustración de Trevor Burgess, Inglaterra, realizada para la segunda edición del libro Payando por la Historia, editorial Rama Negra.

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