Acerca de Reverso, de Juan José Oppizzi (Clara Beter, 2018)
Por Federico Riveiro
Una forma posible de explicar la Historia es sospechar que lo que se cuenta no es lo que sucedió, sino lo que “se dice” que sucedió. Puede conjeturarse que eso que “se dice” es un discurso que se impone, y es el que luego tomamos como “aceptado” o “verdadero”. También puede observarse que el momento de la creación discursiva sobre los hechos está lleno de silencios, es decir, lo que forma parte de la historia pero no se cuenta, porque quien ha recogido esos hechos decidió no utilizarlos. Será la significación retrospectiva la que termine por avalar o no esa construcción sobre lo que sucedió, y sobre lo que se eligió contar o silenciar de aquello que sucedió.
Pienso: ¿qué ocurre cuando se intenta reescribir una parte de la Historia, haciéndolo desde los silencios, de lo no dicho, de lo “no del todo conocido”? Y pienso: ¿es válido buscar una versión diferente de la Historia, en la cual se rastreen elementos que quizás no podemos determinar que existieron? Y pienso: ¿cómo abordar eso “no conocido” sin incurrir en una falsedad? ¿Qué camino elegir para contarlo? Pregunto: ¿es lícito valerse de lo ficticio para reconstruir un pasado que “pudo haber sido”? Finalmente: ¿cómo debemos recibir esa nueva versión cuando aparece rejuvenecida con ornamentos humorísticos?
Por supuesto que no tengo respuesta para ninguna de estas preguntas. Con lo cual para salir de este laberinto y tratar de descifrar mis propios cuestionamientos debo empezar a asomarme al libro y ver si enlazando algunas ideas podemos arrimarnos a algo que pueda considerarse una respuesta.
Comencemos por lo menos riesgoso: el título de este volumen: “Reverso”. Esta voz latina significa “vuelto del revés”, cuyo origen deriva a su vez de “vertere”, es decir: “girar”, palabra emparentada con “versión”, una de cuyas acepciones es “traducir”.
En este libro hay versiones; escenas posibles, traducciones alternativas de la Historia que, quizás, no se correspondan con lo ya aceptado como “verdadero”, pero que aquí se proponen jugar con ese tiempo de imprecisiones y dar un giro al momento de la significación retrospectiva.
Para empezar a despejar este palabrerío, es importante aclararlo, ya: este no es un libro de Historia. Aquí no hay rigurosidad ni búsquedas revisionistas de la Historia (con mayúscula). Hay, sí, un examen previo para construir los contextos de un juego contrafáctico de posibilidades imaginarias, en el cual el autor propone una mirada alternativa, sin sacralizar lo recibido ni denostar lo rigurosamente conocido.
Lo logra, a mi entender, con dos virtudes que se llevan la atención (y la intención) del libro: el buen trato del lenguaje y el humor.
“Reverso” reúne una decena de relatos que recrean momentos de la Historia en clave humorística; hay una propuesta imaginativa donde lo cotidiano (lo silenciado de la Historia, con mayúscula) se transforma en material lícito para la parodia. Así, con el humor, se “ablanda” la supuesta dureza de una narración que caracteriza a lo oficial y ortodoxo.
Aquí el recurso humorístico sobresale por su inteligencia para interpelar los sentidos de las palabras y en la recreación de breves escenas de un pasado reconocible en la creación histórica. Es frecuente encontrar registros que tienen algo de Les Luthiers, una generosa dosis de Jardiel Poncela, una pizca de Mel Brooks, mediante los cuales el autor apuntala su agudeza verbal con gags oportunos, diálogos sutiles, desenlaces sorprendentes y sarcásticos, sin necesidad de tortazos en la cara ni de apelar a lo chabacano o lo soez para impresionarnos.
Lo cómico es un rasgo que se adivina ya desde la elección de los nombres de algunos de los personajes que encontraremos en cada texto, donde el autor juega con los sonidos y con los sentidos de las palabras con erudición y elegancia: encontraremos a un faraón de nombre Kataforesis, a filósofos griegos llamados Enréveses, Espasmos o Hartazgos; a un emperador romano conocido como Egolatrius Infinitus, a africanos de nombre Mondongo o Bingo, a una nave española bautizada como Divina Hostia, a una soprano italiana conocida como Ofelia Grittini o a un tenor llamado Edgardo Berridos.
Ya desde ese lugar el lenguaje se reviste con los ropajes del ingenio y funciona como una reacción creativa que se distancia de lo posible (o de lo que, ¿por qué no? pudo haber sido). Y lo que se reconstruye es un recorrido por los antiguos Egipto, Grecia, Roma, China, y luego el Virreinato rioplatense, la Francia medieval, la Inglaterra victoriana, un África con paisajes de Tarzán o una Argentina que recupera una batalla crucial de nuestra historia, recorrido en el cual Oppizzi se transforma en un verdugo de la solemnidad con acotadas y desopilantes alternativas contadas al modo de las antiguas “Fabulas Milesias”, esos cuentos disparatados cuya gran atención estaba puesta en deleitar, no tanto en enseñar.
Fue Julio Cortázar quien sostuvo que el relato equivale a una fotografía. Para lograrlo el escritor, como un fotógrafo, se ve obligado a “recortar un fragmento de la realidad, fijándole determinados límites, pero de tal manera que ese recorte actúe como una explosión que abre de par en par una realidad mucho más amplia”.
Arriesgo a creer que así lo juzgó el autor cuando se imaginó estos “reversos”. Aquellas ausencias de la Historia, esos silencios que mencionaba al comienzo, acá cobran vida en un juego de voces y nuevos sentidos que nos ofrece, además, una posible respuesta a una pregunta que nos hacemos seguido cuando tratamos de escribir: ¿cuál es el mayor desafío al momento de crear un cuento? Esa posible respuesta sería:
“El mismo desafío que al enfrentar cualquier obra de arte: el de crear algo que no existía. El de contar algo que nunca antes se había contado de ese modo”.
“Reversos” toma fotografías de una realidad histórica llena silencios y nos regala pequeñas ficciones para compartir, con una yapa: el humor. Como el mate, el humor se comparte. En este caso, en forma de relatos que nunca antes se habían contado de este modo.