«La llegada del niño», de Eduardo Gaab


La llegada del niño
Por Eduardo Gaab*


Si llega papá y encuentra la tapa abierta de la caja se va a enojar. Son tres clavos, nada más, pero si se da cuenta de que anduve jugando con sus cosas no le va a gustar. No le va a gustar nada. Así que vos mejor seguí durmiendo mientras voy a cerrarla. También, con la mamadera que te tomaste, cómo no vas a dormir. Papá hace igual, pero con el jugo de uva. Se toma dos o tres botellas, hasta que se duerme sentado en la mesa. Él cree que no lo veo, que no lo escucho cuando se levanta para ir a hacer pis al baño, pero desde mi pieza se escucha todo. Si me asomo por la puerta, puedo ver que vuelve a la mesa y se sienta y sigue tomando. Toma y mea y fuma esos cigarrillos que dejan un olor asqueroso. Mamá ya no dice nada porque una vez dijo algo y a papá no le gustó nada. Ellos pensaban que yo dormía, pero estaba despierta y escuché todo desde mi habitación. Te lo cuento porque papá dice que lo único que haces es dormir y cagar y tomar mamadera, y que no entendés nada de nada de lo que te dicen. Me parece que ahora mismo estas cagado vos, porque más temprano no había ese olor acá. Pero seguí durmiendo. Y dormí de verdad, no te hagas, ya vas a ver que cuando seas grande como yo, si hacés que dormís te enterás de cosas que ni imaginás. Bueno, sí las imaginás, pero crees que son distintas, como cuando me enteré de Papá Noel. Cada Navidad, trataba de esperarlo despierta, pero siempre me dormía antes, entonces unos días antes de la última Navidad vinieron a comer los tíos con la prima Cata y ella me dijo que, si tomaba mucha Coca Cola, aguantaría despierta hasta que llegara Papá Noel y también me dijo que no aparecía si los nenes están despiertos, así que me dijo que me hiciera la dormida.


Esa noche cené y me acosté en el sillón, cerca del arbolito, haciéndome la dormida, con los ojos bien apretados y después de un buen rato con los ojos cerrados descubrí que Papá Noel era mamá y también me enteré de que el tío Abel debe un montón de plata y que por eso se está por separar de la tía Lu y que la abuela está enferma y que por eso le tiemblan tanto las manos pero no quieren decirme nada para que no me ponga triste. A ver, vos, abrí esa mano, que estás ahí con las manos cerradas como si le fueras a querer pegar una piña a alguien y andá sabiendo que a mamá no le gustan las peleas. Sí, de este largo están bien, menos mal, porque no quiero seguir revolviendo demasiado la caja de papá. Después de que se fueron los tíos y la prima Cata, papá dijo también que la tía Lu le pone los cuernos al tío Abel y que por eso se van a separar, pero yo no le veo cuernos al tío Abel, y eso que es pelado y tiene una frente más grande que la de papá, que sí tiene pelo, y los cuernos salen en la frente, como ese que vi en una película que ahora no me acuerdo cómo se llama pero que era feo feo. Como este chupete feo y asqueroso y lleno de babas que tenés, a ver, dame, que te lo acomodo, y no llores. Seguí durmiendo, vos, y no te hagas, eh, total ya vas a tener tiempo de hacerte el que dormís, como hice yo a los poquitos días de la Navidad, cuando me enteré de lo de los reyes magos. Mirá, a veces, mamá y papá salen a fumar al patio. Fuman unos cigarrillos distintos a los que fuma papá cuando se queda solo sentado en la mesa tomando jugo de uva. Tienen un olor más dulce y raro, pero es raro, raro es porque nunca pero nunca había sentido ese olor, y fuman uno solo. Lo comparten, como hago yo con los caramelos que compramos con mi amiga Sofía, como dice mamá, ya vas a ver que mamá siempre dice que hay que compartir. Bueno y me gusta cuando salen juntos al patio a fumar porque esas noches nunca pelean, sino que se ríen mucho y hablan de cosas que no entiendo porque son cosas raras. Ahora que los veo, los dibujitos de esa mantita tuya también son raros, a ver, que te la acomodo un poco. Bueno, esa noche en la que iban a venir los reyes, mamá y papá fumaban y yo estaba en mi cama y antes ya había dejado pasto en un plato y agua al lado del arbolito, así que esperé despierta, con la luz apagada. Más tarde, sentí que alguien andaba en el comedor, así que me levanté despacio y fui hasta la cocina, tratando de no hacer ruido y, entonces, lo vi a papá que estaba en calzoncillos, agachado delante del arbolito y se lo chocó con la cabeza y casi lo tiró. También vi que dejaba un paquete y después sacó el pasto y el tacho con agua que yo había dejado para los camellos, y parecía como que no sabía dónde tirar el agua, pero la terminó tirando en el tacho de basura y eso me pareció raro, también, porque siempre me dicen que hay que tirar el agua en donde se lavan los platos. Después casi se cayó, se rió de algo y se fue para la pieza y yo volví a mi cama sin que me viera pero, más tarde, escuché ruidos que venían desde su habitación. Primero me pareció que se estaban peleando, porque era como que se quejaban de algo, pero creo que estaban queriendo desarmar la cama y yo pensé que estaría rota y que estarían tratando de arreglarla porque hacía mucho ruido. Después escuché un golpe, como si uno de los dos se cayera al piso, pero no lloró como hice yo una vez que me caí de la cama, sino que se reían los dos y después, mamá le dijo algo raro, muy raro, a papá, y lo dijo muchas veces, además, medio gritando y medio quejándose, seguro por estar arreglando la cama esa que hace tanto ruido. Y lo que le dijo la verdad es que me dejó pensando muchos días, porque lo que le decía a papá era que le hiciera un pibe, y papá le decía que sí, y entonces yo me quedé pensando en si habría alguna fábrica que hiciera pibes grandes, porque los pibes son así de grandes como yo, y yo antes era chiquita como vos, o no tanto, pero antes era chiquita y, pero además, lo que más me dejó pensando es que todo eso no tenía nada que ver con lo que me había contado papá sobre las cigüeñas, y la verdad es que todavía no sé bien qué pito tocan en todo eso de los bebés que me explicaron una vez. Y también pensaba en que deberían arreglar esa cama, porque con esos ruidos no se puede dormir.


Después mamá se puso panzona y papá me contó que había comido mucha torta porque estaba contenta, porque yo iba a tener un hermanito. Pero yo no supe si ponerme contenta o no, porque pensaba en la pobre cigüeña, y entonces le pregunté si vos ibas a ser más grande que yo cuando llegaras y papá se rió y dijo que no pero, al final, me quedó la duda, porque los bebés son chiquitos, pero los pibes son grandes, y mamá esa noche le pedía a papá que le hiciera un pibe, y no un bebé, así que no sé si estará muy contenta con vos, que sos tan chiquito.


Después, una tarde llegó mamá, apurada por contarme algo, y me acuerdo que era un domingo, porque los domingos no voy a la escuela y mamá va a la iglesia. Papá nunca va a la iglesia porque siempre se queda haciendo algo y tomando jugo de uvas pero bueno, mamá me contó esa tarde que el niño Jesús iba a venir a casa. Antes, me había contado historias sobre cómo había cambiado al mundo la llegada del niño, de que cuando se hizo más grande podía caminar sobre el agua, y de las personas que había sanado y salvado y había hecho vivir otra vez a gente que se había muerto de verdad y de cómo él mismo había muerto, de que lo habían clavado a una cruz grande, grande, muy grande, pero que no le había pasado nada y había vuelto a vivir, y entonces yo le pregunté si lo podría abrazar, y alzar, y cuidar, y jugar con él, y ella me dijo que sí, y yo le creí. Le creí, pero al otro día vino alguien de la iglesia, alguien que traía una foto de un niño con los brazos extendidos y ese, ese era el niño Jesús. Una foto. Una foto de porquería. Y no se puede abrazar a una foto. Ni jugar. Ni nada de nada.


Y después, un día, cuando mamá ya no daba más de panzona, llegaste vos, y yo esperaba que fueras distinto, que fueras más grande para que jugaras conmigo, pero no servís para nada y, encima, culpa tuya, mamá ya no me cuenta esas historias del niñito que tanto me gustaban antes de irme a dormir, porque siempre dice que está cansada, porque no puede dormir por tu culpa, porque lloras y querés mamadera a cada rato, y cagás y molestás. Y además, sos un aburrido.


Pero vos seguí durmiendo. Yo voy a ir a cerrar la tapa de la caja de herramientas, así papá no se enoja porque me puse a jugar con sus cosas, y no se da cuenta de que le saqué unos clavos. Total, si al niño Jesús no le pasó nada, a vos tampoco. Además, me olvidé el martillo.
Vos, dormí. Yo ya vengo, así jugamos.



*Eduardo E. Gaab nació en Carhué (B) el 30 de enero de 1981. Vive en Junín desde los 5 años. Actualmente concurre a talleres literarios dictados por Editorial Rama Negra. Su cuento “Soldadito de juguete” obtuvo una mención en la categoría narrativa adulto en el XI Certamen Internacional de Cuento Luis B. Negretti en el año 2022.
Su libro de cuentos “Las calles olvidadas” está próximo a publicarse.
Por contactar al autor escribir al correo eduardogaab@hotmail.com o por facebook.com/egaabfreiberger