Acerca del libro “La villa miseria digital”, de Patricio Erb, Ediciones PACO, 2020.
Por Patricia Durand
La villa miseria digital es una colección de veintiún artículos escritos por Patricio Erb (Buenos Aires, 1980) en la que se plantea que a partir de la aparición de las redes sociales como plataformas horizontales de generación de contenidos, “la credibilidad de la palabra está herida”. Con esta hipótesis y una metáfora sobre “la vieja embarazada, lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer” como trasfondo, Erb reflexiona sobre distintos aspectos de las redes sociales a partir de pequeñas historias.
Los artículos son breves y analizan cuestiones complejas con un lenguaje claro, de manera que resulten al alcance de cualquier lector interesado. El tema central del libro, el valor de la palabra en las redes sociales, es recorrido en cada artículo a través de diversos interrogantes, por ejemplo: ¿qué influencia tienen los lectores sobre las líneas editoriales y sobre el contenido de los sitios colaborativos?, ¿cuál es el límite entre información privada y pública?, ¿llegó a su fin el paradigma de verdad del siglo XX?, ¿las experiencias físicas (versus las virtuales) pueden convertirse en una distinción de clase?
A partir de este horizonte interrogativo, “El caos y el orden según Wikipedia” analiza el intento del escritor Phillip Roth de corregir información sobre su propia obra literaria y una disputa por el nombre que se les daba a los involucrados en el conflicto agrario argentino de 2008. En el primer caso, la cuestión principal es, como dice el autor, “un problema de fronteras”: ¿ser el autor de la obra le daba derecho a Roth a intervenir en la enciclopedia? En el segundo caso, la importancia de cómo nombrar a los actores sociales se vincula con las formas de búsqueda en las redes, ya que “sólo imaginar cómo los usuarios de la web podrían buscar la historia del conflicto en Google genera un interés por imponer palabras clave que perdurarán en una enciclopedia que, sólo en su versión español, recibe más de mil millones de visitas mensuales”.
En “Escupir genes en la web”, por otro lado, se explican las implicancias del desarrollo de un kit de uso doméstico que permite tomar una muestra de saliva para que se indague sobre el material genético. La cuestión tiene varias aristas, aunque la más interesante es la del ADN como conocimiento para prevenir enfermedades. Sin embargo, hay algo que amplía esta mirada, y es la necesidad de los investigadores de tener acceso a la información en forma masiva: “En la medida que este volumen de información comienza a volcarse a la red, el previsible próximo paso es que los genes tengan un link, un espacio en los resultados de búsqueda web, un contexto para embeber de experiencias y conocimiento relacionado”. En consecuencia, la realidad queda a un paso de la ciencia ficción, como un eco de la película Gattaca (1997) o del libro Las redes invisibles (2017) de Sebastián Robles.
La pregunta sobre la credibilidad de la palabra es central para La villa miseria digital. “Todo es caro” y “Cuestión de fe” presentan episodios aparentemente distintos como un partido de béisbol del siglo pasado donde los jugadores fueron sobornados para perder y un programa televisivo de preguntas y respuestas en la década del cincuenta en el que las respuestas habían sido arregladas para favorecer a un ganador. Pero, ¿por qué Erb se fija en estos eventos remotos si la hipótesis de su libro se refiere al presente? En esencia, porque la pérdida de credibilidad de la palabra no es nueva ni es un efecto de las redes sociales, a pesar de que sea en las redes sociales donde hoy se disputa esta credibilidad. Entonces, ¿qué ocurre con la verdad en la actualidad? Según Erb, “tal vez solo se trata de comenzar a profesar la fe en un tipo de verdad diferente”. Pero, ¿cómo se construiría esta nueva verdad? O, dicho en los términos de la hipótesis del libro, ¿cómo se podría “restaurar” la credibilidad en la palabra?
Hacia la segunda mitad del libro, el autor nos muestra sus cartas: para restaurar la palabra dañada tendremos que recurrir a la Big Data, a un periodismo comprometido y a usuarios que no sean meros consumidores de información: “Es momento de imaginar usuarios más allá de sus comportamientos como consumidores”, escribe Erb, señalando que más que “usuarios” o “consumidores”, los ciudadanos deberíamos responsabilizarnos por aquello a lo que le asignamos valor de verdad. ¿Pero es factible algo así en el entorno de las redes?
El último artículo se llama “Redes sociales: las nuevas villas miseria”. Ahí Erb plantea que “parece exagerado decirlo de esta manera, pero mientras el consumo de pantallas se va apoderando de las clases populares en su totalidad, con todo lo que eso implica para el uso indiscriminado de datos, las clases altas comienzan a sentirse cada vez más a gusto con las experiencias reales, con el universo offline”. De esta forma, llama la atención sobre la heterogeneidad del mundo digital, no tanto en términos técnicos sino en cuanto a la forma de uso, asociando el nivel socioeconómico a la posibilidad de experiencias que empiezan y terminan en las redes sociales versus experiencias “reales” que, luego, se reflejan en las redes como fotos o videos de viajes, por ejemplo. Ahora bien, ¿de qué forma las redes podrían dejar de ser nuestras villas miseria digitales? Erb propone que si los usuarios pudieran hacer un uso crítico de las redes, entendiendo cómo funcionan y actuando en consecuencia, esta condición de pauperización podría cambiar. Sin embargo, el mayor problema es que las pantallas se muestran como si sus contenidos fuesen verdaderos, encubriendo a simple vista lo que está por detrás. Acceder a su uso en forma crítica demandaría una deconstrucción y reconstrucción que pocos parecen estar en condiciones de lograr.
Volviendo a la metáfora de la anciana embarazada, lo nuevo que no termina de nacer y lo viejo que no termina de morir, tal vez reste señalar una contradicción evidente: ¿acaso el libro mismo no nos muestra que lo nuevo ya nació? De hecho, lo nuevo ha crecido hasta tal punto que la sociedad que existía en mi infancia en los sesenta, por ejemplo, ya no existe. Por supuesto, puedo aferrarme a la radio durante las noches de insomnio y mover el dial tratando de sintonizar algún programa, pero cuando amanece la radio queda ahí, bajo la almohada, a la espera de otras horas nocturnas de nostalgias y recuerdos. Amanece y lo nuevo ya nació, aunque todavía resulte demasiado cercano para poder verlo con claridad y, especialmente, para nombrarlo.
Patricio Erb en Twitter: @patoerb
Patricia Durand en Twitter: @Patribedurand