El olor de los eucaliptos
Por Daniela Cantú*
“Cuando me muera no quiero que me cremen. Quiero que me maquillen, me peinen y me pongan mi mejor vestido. Ah, y no se vayan a olvidar de ponerme las medias. Saben que siempre tengo los pies fríos y más fríos los voy a tener cuando esté muerta”.
Siempre que salía del consultorio de un médico me decía lo mismo.
—¡Dejate de embromar, ma, y no hablés pavadas!
—Hay que estar preparada, hija, uno nunca sabe cuándo va a llegar el momento de partir.
Mamá tenía los pies fríos todo el año. Según ella era un problema de circulación en la sangre. Aunque nunca ningún médico se lo había diagnosticado. Ante cualquier dolorcito o malestar consultaba con un profesional. Y a pesar de querer estar de punta en blanco hasta en el día de su despedida, le tenía terror a la muerte.
Fuerte como un roble. Le encantaba hacerse estudios y deambular por los centros médicos, de consultorio en consultorio. El clínico porque sabía “de todo un poco”. El cardiólogo, la ginecóloga, el oftalmólogo y el reumatólogo porque no quería “morir con los dedos torcidos”. Todos los especialistas tenían algo que podían tratarle.
Desde chica tuve la sensación de que mamá necesitaba estar enferma. Sus dolores eran la excusa perfecta para llamar la atención. No le gustaba la soledad y si se enfermaba iba a tener a su familia pendiente de ella, o al menos eso creía.
Vivió hasta los 77 años. Vio morir a su madre de cáncer, a su hijo en un accidente y a su marido de un infarto.
Ni ella ni yo imaginamos que se iba a enfermar de Alzheimer. Demencia senil. Pérdida de la memoria a corto plazo. Alteraciones en el carácter.
No la quise meter en un asilo de ancianos. Al principio la tuve en casa. Pero después de asesorarme mucho, la interné en una clínica para pacientes con demencia. Tenía varios profesionales a su disposición que se ocupaban desde la motivación cognitiva hasta musicoterapia al aire libre, en un parque lleno de lirios y azaleas.
No me reconocía pero se acordaba de su infancia en La Pampa, donde había nacido; de la finca de sus abuelos; del caballo criollo que su padre le había enseñado a montar; del “gringo más lindo del lugar” con quien se había casado. Me contaba anécdotas de sus dos pequeños hijos haciendo travesuras en el campo.
—Eran dos demonios… todo el día jugaban dentro del chiquero con los chanchos —me decía con los ojos llenos de lágrimas.
Y, de repente, me gritaba y me mandaba a buscar al doctor:
—¡Rápido, inútil, que me duele la cabeza! ¡Ustedes las enfermeras son todas iguales, se les paga para que no estén cada vez que se las necesita!
Si el Alzheimer tuvo algo bueno fue que nunca se acordó de la trágica muerte de mi hermano.
Con el paso del tiempo dejé de ser su hija para convertirme en su enfermera de verdad. Día y noche.
Al marido lo encontrás en la calle. La madre es la madre.
Tanta mella hizo en mí que cumplió su cometido. Me di cuenta demasiado tarde. Mi mamá era mi vida. Mi vida era mi mamá. Si hasta me robaba las medias de lana que me había tejido mi madrina.
La enfermedad la consumió rápido.
Yo me quedé soltera a los cuarenta y cinco años. Solterona, mejor dicho. La cuidé hasta el día de su muerte.
Su habitación estaba en la planta baja. Los días lindos la llevaba del brazo y la sacaba a pasear por el parque. Le gustaba el olor de los eucaliptos. Cuando comenzó a tener problemas para movilizarse, la levantaba de la cama y la acompañaba hasta la ventana: si no los podía oler, al menos los podía mirar a través del cristal.
Ya casi no hablaba. Hacía mucho que no conversábamos sobre su juventud y sus años felices, los únicos que hasta hacía poco recordaba.
Una mañana de invierno entré a su habitación y apenas la escuché respirar. Se le habían acabado las fuerzas. Del cuerpo y de la mente.
Me miró y me dio la sensación de que, después de muchos meses, me había reconocido.
—Hija, no te olvides de ponerme las medias.
Daniela Cantú nació el 3 de febrero de 1979 en la Ciudad de Buenos Aires. Se recibió de Periodista en Deportea, en 2004. Vive en Junín desde hace 11 años junto a su marido y sus dos hijos. Conduce el noticiero de Canal 10
Hola Daniela hermoso cuento. Mi abuela paterna se refleja en cada línea. Muy envolvente, sutil de una prosa profunda, delicada aunque realista y rotunda. Muy sugestivo el título. Felicitaciones. Me encantó.