En el marco del Día de la Memoria por la Verdad y Justicia, «Política de la Desmemoria», por Laureano Pintos.
La Argentina de los últimos años ha respondido con olvido y desmemoria a aquella parte de la Argentina diezmada por la sangrienta dictadura militar.
Difícil es que se acepte la potestad de la buena consciencia porque en esa ingenuidad se evapora el poder del pensamiento crítico, su capacidad de conmover el presente.
La memoria como espacio político es una invención reciente. Y la pretensión de neutralidad veraz, justa, y entendible por los objetivos que la memoria se propone, puede ser, paradójicamente, un escollo para su eficacia política. Siempre están los enemigos de la memoria, y estarán… en todas las décadas.
Alguien podría decir y se dice que el antónimo de olvido es justicia. Cierto e indispensable. Pero si hubiera que buscar la eficiencia diría que apelar a la responsabilidad de hacerse cargo de las consecuencias de la tragedia es un acto que devuelve dignidad a nuestra historia. La memoria es algo múltiple, es una forma de nombrar los modos diversos del retorno de lo que se quiere olvidar. La memoria transmite una tradición y también los quiebres de una cultura. Es un campo de fuerzas (políticas) donde el pasado se juega en el presente. Se puede renegar del pasado omitiendo, tergiversando, callando, negando. Así es como se construyen los agujeros de nuestra historia. También, aunque más difícil, es posible reconocer la responsabilidad altamente diferenciada que nos cabe en la devastación sufrida.
Si lo que importa es la verdad del pasado, se vuelve evidente la jerarquía que adquiere la memoria como modo de reintegración y subjetivación de nuestra historia. Sin esa apropiación, que incluye hasta lo que más avergüenza, el pasado retorna como síntoma y amenaza.
¿Cuál puede ser el equilibrio para que una política de la memoria mantenga presente la violencia del pasado y, a su vez, no genere su propia violencia?
La memoria retorna en el presente como tendencia involuntaria de lo que rechazamos o negamos de nuestro pasado. En la producción de esos agujeros de la memoria ya hay involucrada una violencia. La memoria tiene un lazo estrecho con la violencia. La sufre y también la ejerce. Pretender olvidar puede ser una forma involuntaria de preservar lo que se rechaza. Entonces la basura sigue debajo de la alfombra aunque ya no se la vea. Pero algo insiste, olvidado, mientras permanezca ahí abajo escondida. Solo cuando eso es descubierto comienza a sufrir la usura del tiempo. No hay nacimiento de algo nuevo si no se corta el cordón umbilical. Esa es la función del olvido: tejer la trama del recuerdo, evocar, dar lugar a la rememoración.
Para Freud la denegación es una forma de afirmar lo que no se sabe mientras que el olvido resulta de la acción de la represión. Lo olvidado amenaza retornar disfrazado en un síntoma. El inconsciente, en tanto político, es la memoria de lo que se olvida y que se manifiesta en los modos de presencia de lo que fue excluido. El trabajo de la memoria en un análisis no reside en rescatar los hechos de un pasado perdido sino en apropiárselos y permitir su ingreso a nuestra nueva historia. Lo determinante en este caso no es el pasado, sino la relación que se mantiene con él. George Orwell decía que quien controla el pasado controla el presente. Es posible, pero es más seguro decir que quien controla el presente no controla el pasado. No se puede olvidar o recordar por decreto o porque sí.
Y otro tema es la generalización.
Generalizar hablando del lugar de la memoria en la historia, borronea todo con el trapo sucio de la culpa. Un “nosotros” que no discrimine, disuelve en un anonimato que tranquiliza las consciencias, asegura la impunidad y absuelve la responsabilidad, que es de cada uno.
No confundamos la pasividad de la población con el asentimiento.
Por último, los museos de la memoria también son algo nuevo. Allí no se trata de rescatar el pasado, sino de facilitar el advenimiento de su verdad en el presente. Los museos de la memoria ya instituidos, aquí y en cualquier parte del mundo, son bastante bulliciosos, y la memoria en su trabajo es mucho más silenciosa. No necesita de festejos, lleva el deseo de ser nominada. Puede que merezca un trato más sobrio, que la serenidad sea posible y se reserve a nuestras heridas más íntimas.
Laureano Pintos nació el 20 de diciembre de 1975 en Arrecifes, provincia de Buenos Aires. Psicoanalista y poeta, ha publicado los libros Campos de Agua, Gris, Tiritas de sueños, Mediocresía, entre tantos otros.
importante y necesaria reflexión, Laureano. como vos nací en esos años (1976) y comparto tu visión. Se impuso recientemente una memoria como política de Estado que deja poco margen para el cuestionamiento y pensamiento critico sobre el momento vivido, mucho mas para los nacidos mas tarde, los jóvenes de hoy. Los años sangrientos, el rol del peronismo. la postura del líder Perón frente a la izquierda, la guerrilla foquista, la revolución socialista, las influencias ideológicas de Cuba, los muertos en manos de la guerrilla, la impunidad de los crímenes perpetrados por la guerrilla, que no son de lesa humanidad y prescribieron. La mea culpa de algunos montoneros se disimula, aunque se filtra en las redes…todo eso no esta en los museos de la memoria….